No voy en tren, voy en avión (parte II)

El título del anterior post prometía la existencia de este. Así que acá estamos. Este post cuenta la segunda aventura de aviones, esta vez, en familia.
El destino: la gran manzana, nuestra querida New York. Resulta que Santa Claus/Papá Noel le trajo a Rafael algo para que la familia compartiera: unos hermosos tickets de avión y entradas para ver "Wicked". Es un musical que trata sobre la vida de las brujas de Oz antes de que Dorothy llegara. La música es simplemente maravillosa, y teníamos ganas de verla desde hace varios años. Así que Papá Noel se pasó.
La partida fue bastante alocada, tratando de trabajar hasta 2 minutos antes, llegamos justo, justo, justísimo a subir al avión (creemos que la cara de por favor y David evidente en la panza fueron motivadores positivos para los empleados del aeropuerto). Pero embarcamos, con los chicos contentos, en un avión bastante chico que nos llevó de Appleton a Detroit. Maravilloso, Tadeo charlando conmigo, Diana charlando con su papá, haciendo juegos en las revistas.
Ya en Detroit, paramos a comer sandwichitos de miga -sí, los del post anterior- y gracias a la tecnología, saludando a los afectos del suelo natal por videoconferencia.
En tiempo propicio para embarcar en el segundo avión, las nenas partimos al restroom y los varones a esperar en la puerta del avión. Rafael tenía consigo dos valijitas de cabina, su mochila del trabajo y a Tadeo. Nos reunimos en la puerta y subimos presurosos. En estos aviones, como es costoso mandar equipaje a la bodega, casi todo el mundo lleva equipaje de mano, por lo que es una amable batalla campal poner el equipaje de mano en las "alacenas" del avión. Esa regla de la que está arriba de mi asiento me corresponde no existe (sólo en la imaginación de algunos pasajeros) así que subir lo antes posible era prioritario. Otra vez, gracias a David y su presencia indubitable, subimos prontamente.
Rafael acomodó todo sobre nuestras cabezas. Una vez más, a sentarnos, rotando de compañerito de asiento. El viaje corto, nos llevó sin conflictos a New York.
Bajamos, con los chicos y el equipaje de mano recuperado por Rafael. Genial, recibimos nuestra maleta en la cinta y partimos, en un clásico taxi, con el clásico conductor hindú que clásicamente no hablaba inglés claramente y clásicamente, no conocía la dirección de mis tíos. Valga decir que eran las once de la noche.
Con ayuda del gps del celular, logramos que no nos deje en cualquier otro lado. Cuando faltaban escasas cuadras, Rafael me dice "¿y mi mochila?" "¿qué mochila?" La que tenía las cosas del trabajo, entre ellas, la computadora con TODO el trabajo de los últimos 4 años. Ah, y la llave del auto que dejamos esperándonos en el aeropuerto.
Llegamos a la casa de nuestros tíos. Rafael no podía volver en sí, sólo intentando hablar con la aerolínea, que no le daba respuesta. El tío, que estaba en pijama, se cambió y lo llevó al aeropuerto... para enterarse que no había nadie allí que pudiera ayudarlo, a eso de las 12.30 am y que recién a las 6.15 del otro día saldrían los primeros vuelos y abrirían las oficinas de objetos perdidos.
A partir de allí, quedaba esperar. Y rezar. Porque era lo mejor que podíamos hacer. Y lo único también. Cuando Rafael se dio vuelta, seguí rezando por él, sin que lo supiera, para que esto fuera también una experiencia de aprendizaje y para que no le generara conflictos laborales.
"Sopla Señor te lo pido,
quédate esta noche en mi alma
pues sólo tu amor y abrigo,
me dará consuelo y calma.
Sopla Señor sopla fuerte,
envolveme con tu brisa.
Y en tu Espíritu renovame,
hazme libre en tu sonrisa.
A pesar de mis caídas,
hazme fiel a tus promesas.
Sopla Señor en mi vida,
y arrancame esta tristeza."

Al otro día, partieron, presurosos, a las 5 y pico, rumbo al aeropuerto, el tío y Rafael. Sin intercambiar demasiadas palabras. Llegaron. Rafael se presentó en el mostrador, dio su nombre, y cuando empezó a explicar el empleado le dijo "ah, sí, tengo algo para usted": una mochila impecable, con todo su contenido original -habían visto los pases de a bordo a su nombre dentro de ella- y se la devolvió.
Celebramos con los tíos durante el desayuno. Allí supimos, también, que ellos se habían dormido rezando por nosotros, porque apareciera el trabajo, porque Dios nos ayudara...
Muchos podrán disentir, decir que Dios no se ocupa de estas cosas. Yo creo que esta es una de esas cosas donde Dios obra, para que uno abra el corazón y recuerde que poner la vida en sus manos es poner toda la vida en sus manos. Y que demuestran que allí donde muchos oran unidos, la oración es poderosa.
Luego, paseamos en familia. Recorrimos la ciudad, vimos las clásicas postales de Times Square. Cruzamos uno de esos camiones-carritos que venden comida, tan newyorkers, especializado en comida argentina. Escuchamos gente "hablando argento" a los gritos en la calle. Y al día siguiente, fascinados, vimos un templo egipcio en el Met, y luego la obra musical que tanto tiempo esperamos. Disfrutamos. Compartimos.
Y las noches fueron con esta gran familia, italiano-argentina. Amigos de mis papás, pero que nos adoptaron como sobrinos desde el primer momento, que nos abrieron sus afectos, sus casas, sus sabores caseros, sus historias de vida. Las charlas con ellos nos llevaron de vuelta a esos valores que están en nuestro adn. Esos que hicieron de Argentina un lugar maravilloso, una tierra de oportunidades: la familia unida a pesar de las dificultades y desencuentros; el trabajo, como fuente de una vida digna, del orgullo de lo ganado con esfuerzo; lo importante de estudiar y aprender, para poder tener un pensamiento crítico y ser un buen ciudadano. Esas cosas que nos permiten reconocernos, hoy, en este lugar distinto a la tierra natal. Esas, que queremos transmitir a nuestros hijos. Dolió despedirse, porque esos tres días en una ciudad tan distinta fueron como volver a casa. Y despedirse de casa siempre es difícil...

La vida es una moneda
quien la rebusca la tiene
ojo que hablo de monedas
y no de gruesos billetes
Mi vida es una hoja en blanco
un piano desafinado
diez dedos largos y flacos
y un manojo de palabras
Sólo se trata de vivir
esa es la historia
con la sonrisa en el ojal
con la idiotez y la cordura de
todos los días,
a lo mejor resulta bien...

Y creo, desde lo profundo, que a lo mejor resulta bien. Nuestra moneda seguirá rodando por los caminos del Señor. Amén.





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