Costumbres argentinas...

(Y como diría Andrés... les traigo un estreno)

Vuelvo a escribir casi un mes después del último post. Esta vez, la post-al viene desde la cocina de casa, desde una hermosa ventana al mundo, entendiendo por mundo el jardín infinito de casa. Explico lo de infinito: maravillosamente, en este barrio nuestro jardín sólo tiene una línea imaginaria que lo divide del jardín del vecino y lo mismo los dos contiguos, por lo que tenés una sucesión de verdes de distintas tonalidades, árboles pequeños y más grandes, pinos muy verdes y más grises, un espectáculo para recrear la vista en lo creado para nosotros.
Está nublado, pero en un día de sol las ventanas permiten inundar todo dentro de la casa de esa luz que refleja en los muebles y te pone de buen humor para empezar el día.
Hoy la postal tiene en medio a mi esposo preparando el asado... a la Argentina.
Y eso nos lleva a este post "culinario" de las "Costumbres Argentinas".
¿Qué te define como argentino? No tengo la respuesta a esa pregunta. Pero a nosotros nos ha dado por emprender la cruzada de mantener nuestra forma de disfrutar las comidas. Y así encontramos una carnicería alemana... donde venden asado al corte argentino. Y en el supermercado encontramos escondidito el lomo a precio más que razonable. Y la parrilla al carbón. Y ahí cantamos, "sean eternos los laureles"...
También recuperamos en este último tiempo: las milanesas, las croquetas de espinaca, el pastel de papa, y hasta conseguimos mi marca favorita de dulce de leche en una casa de cocina gourmet.
El mate nunca dejó de estar. Vino desde el día uno al lado mío, claro. De hecho, ya tengo una adepta al mate ganada desde lo más puro del corazón de este lugar: mi profesora de inglés que es más local que el queso de Wisconsin, que espera con ansias la venida del primer visitante desde las pampas, que tendrá la misión de portar un mate para su propio hogar... Baste decir que esta buena mujer está contenta de tomar mate cuando viene a mi casa.
Y ese dulce de leche "encontrado" fue la base de una tanda de alfajorcitos de maizena, que hicimos en honor de nuestros vecinos, que gentilmente y como salidos de cualquier serie de los suburbios que hemos mirado antes de llegar aquí, nos abrieron las puertas de su casa. Y aquí se impone hacer un comentario sobre lo que Halloween fue este año en el cotidiano. Porque este blog está orientado a lo cotidiano.
Varias cosas maravillosas ocurrieron en este contexto. Una tiene que ver con quienes somos: aprovechamos para revisar con los chicos aquello en lo que creemos, y acordamos que sólo nos disfrazamos de cosas lindas, porque creemos en Jesús y en sus santos, y que esto que la gente festeja tiene que ver con eso, aunque la gente no lo recuerde.
Y en ocasión de Halloween, como decía antes, una vecina se presentó en la puerta de casa, nos hizo unos obsequios de bienvenida y nos invitó, por un lado, a que nuestros hijos fueran junto con los chicos del barrio y los papás varones a pedir golosinas por las casas y luego a compartir con los vecinos, en su casa, una reunión, parecida a cualquiera de nuestras reuniones, donde todos hablan a la vez, y se come, se toma y se comparte. Y la verdad, que esto nada tuvo de tenebroso ni de culto a nadie fuera de nuestro culto. Tuvo mucho más de calor de casa abierta a los nuevos vecinos.
Así que allí fuimos con mis alfajorcitos, orgullosos de nuestras raíces, compartiendo lo que para mí es el signo de cualquier cumpleaños allá por casa. Porque para mí no es cumpleaños si no hay alfajorcitos. Y compartimos, y disfrutamos y vi con alegría que chicos y grandes los comían y disfrutaban.
Y la otra maravillosa reunión que disfrutamos fue el día anterior, cuando un compañero de trabajo de mi esposo gentilmente nos abrió su casa para aprender a decorar galletitas y calabazas. Y aunque fui con todas mis defensas altas, me ganó el calor de hogar, la sonrisa y las palabras de este hombre cuyos hijos son casi de mi edad: "es tan lindo volver a tener gente chiquita en casa para esta reunión". Claro, ellos estaban acompañados por sólo una de sus hijas, que estaba de visita por el fin de semana. Sus tres hijos tienen hoy sus vidas en otras ciudades, por sus estudios y trabajos. Y eso hace más generoso este compartir de una tradición valorada que ha unido a su familia por años.
Y releyendo mis propias palabras, descubro el propio sentido de la comida para un argentino (o al menos para estos argentinos, y los que están presentes siempre en nuestros corazones): la comida para nosotros es encuentro. Es algo que se disfruta mucho, pero es la excusa para reunirse y hacer la "familia grande".  Eso es también lo que hace que algunas tradiciones pierdan su raíz, que nadie recuerde por qué y que sin embargo, te lleven a juntarte para compartir.
Una última reflexión: como familia estamos recuperando, día a día, momento a momento, desayuno a desayuno, el compartir. No un compartir grandote, donde todos estamos pegoteados. Un compartir de pequeños encuentros para redescubrirte en el otro. Tener tiempo extra, para poder jugar juntos a algo que antes no podías. Para bailar un lento en la cocina porque sí, porque el otro es tu otro y vale la pena agradecer a Dios por eso. Porque el despojo de "lo nuestro" hace más lugar para el nosotros. Y uno amaga a entender el misterio de la Trinidad, en compartir la alegría de ser nosotros, amando a esos otros que son parte de mí tan importante como cualquier órgano vital. Y contra toda nostalgia, te descubrís diciéndo tu propio "hágase" Y te lo imaginás a El, tu creador, viéndote. Te resuena en el corazón "Y vio Dios que era bueno" Y te brota la alabanza, porque sabe mejor que vos que este es hoy tu lugar, que te permite descubrirlo en estas pequeñas grandes cosas. Amén.

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