Thanksgiving. Día de Acción de Gracias

Quiero decirte Padre en aymará.
Quiero cantarte Padre en araucano.
Quiero mostrarte Padre mi Otavano.
Quiero darte las gracias por mi Amerindia.

Quiero decirte fiuerte que te amo en quechua.
Quiero sembrar tu reino con trigo maya.
Quiero darte mi vida como azteca.
Quiero adornar tu frente con oro inca.

Mi padre en tu corazón encuentro, mi sintonía (bis)
Y puedo consagrar ahora a mi pueblo, todo a María (bis).

Quiero decirte Padre en guaraní
Quero nombrarte Padre con mi alma shuara
Quiero mostrarte Padre sierra y mares
Quiero darte las gracias por mi Amerindia.

Quiero decirte fuerte que te amo en quechua.
Quiero sembrar tu reino con trigo maya.
Quiero darte mi vida como azteca.
Quiero adornar tu frente con oro inca.


Allá lejos y hace tiempo... érase una vez el Encuentro Continental de Jóvenes, que se celebró en Chile. En la jerga parroquial porteña era simplemente "Chile". Por esas cosas de la vida, no pude estar allí con mi grupo de la Parroquia. Lo hermoso, lo divino, de la experiencia, es que ellos vinieron contagiados de ese Espíritu latinoamericano (en realidad, de todo el continente, pero la fuerza poderosa en el ambiente era la Iglesia latinoamericana junta) y esta canción, "Padre Amerindio" fue el himno (no oficial) del corazón del encuentro.
Debo confesar que siempre la canté con amor. Más aún, después del COMLA-CAM 1, encuentro misionero, otra vez, de América toda. Y a este sí tuve la gracia de ir como representante de la querida Arquidiócesis. Y ahí la cantamos todos. Cada uno con su acento y su cantito típico.
Hace unos días atrás me reencontré con un CD que incluye una versión de esta canción, con las voces de mi querida Sonia y otra gente linda. Y lo vengo rezando a gritos en el auto cuando manejo sola. Empecé particularmente a saborearla el domingo pasado, yendo a animar un retiro de jóvenes, el primero del grupo nuevo de la nueva Parroquia, en donde el sentimiento, el espíritu me venía por ahí, por el placer de ser la "vocera" de esta "continentalidad" en el medio de Wisconsin. El retiro fue bello, en un lugar precioso, una abadía Benedictina a veinte minutos de mi casa, con un pequeño lago, mucho bosque, con olorcito a La Trapa de Azul, pero esa es otra historia de mi historia. En el interior del retiro, vivirlo con muchos jóvenes declarando su amor por Jesús, recordando a la Andreíta de trenzas en Paraná, que cantaba a grito pelado "Mi Padre en tu corazón encuentro mi sintonía..." y conocía hermanos de América toda. Y me convencía, por sentirla, de la hermandad latinoamericana.
Pero esa hermandad, que esperaba con ansias revisitar cuando nos mudamos a Appleton, la sentí recién con una fuerza renovada este "Thanksgiving Day" o Día de Acción de Gracias. Una simplificada explicación es que en ese día se celebra el encuentro entre los peregrinos que llegaron en el Mayflower, con los nativos que los recibieron en estas hermosas tierras.
Este Thanksgiving, que ya no me genera la carga de aferrarse a lo originario, y rechazar lo apropiado, sino que me encuentra en esta nueva etapa de crecer en lo nuevo, abrí el corazón a la celebración.  Y además, me sentí realmente agradecida de todas las bendiciones de los últimos tiempos, de estos últimos tres meses. Muchas cosas para agradecer, demasiadas para ser tan tonta de desaprovechar esta oportunidad especial para decir gracias. Y ahí me "llovió" cual bendición del Cielo, la invitación de mi nueva querida amiga Patricia, que nos abrió la puerta de su casa y su familia a su celebración.
Y allí estuvimos, y allí disfrutamos la palpable hermandad latinoamericana. El grupo de "las Naciones Unidas" como le llama Patricia, estaba compuesto por una gringa (que habla un español mexicano "¡bien padre!") casada con un mexicano, más familias de México, Puerto Rico, Colombia, y esta vuelta, Argentina. Y nos reunimos alrededor de la tradición culinaria de este día en este país, comiendo pavo con salsa de Cranberries, puré de papas, torta de manzana y mil cosas tradicionales de este festejo... y nos reímos con aire a tierras amerindias. Porque hay algo en común, que no es el idioma. El idioma, de hecho, fue razón de reírnos una y otra vez por las formas distintas de decir lo mismo. Hay una mística que une a latinoamérica, que no depende de qué barco se bajaron tus abuelos o si estaban acá antes de que esos barcos lleguen, y que no descubrí en los ecos de Chile 98 o en el Comla 99.
La descubrí tomando café y explicando que no, que el mate no es una droga legal, ni se merece que le digan simplemente que es un té. Y nos dieron la bienvenida a este grupo donde los que no tienen cerca a su familia tienen a esta familia cerca.
Por eso, mi padre Amerindio, quiero decirte fuerte "Thank you" y "gracias" en quechua, guaraní, portuñol o lo que vos mandes, porque sos bueno, y porque es eterno tu amor. Y puedo consagrar ahora mi pueblo todo a María... de Guadalupe.
 
 
 
 

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