Encuentros y despedidas...
 
Manden noticias del mundo de allá a quien se queda;
denme un abrazo, vénganme a esperar voy llegando.
Lo que más gusto es poder partir ya sin miedo,
mejor ahora es poder volver cuando quiero.
Todos los días como en un vaivén
la gente que vibra sobre la estación
hay gente que viene para quedar,
otros que se van para nunca más.
Hay gente que viene.. ¡quieren volver!;
otros que se van, ¡quieren luchar!,
otros han venido para mirar,
otros a reír, otros a llorar y así quedar o partir.
Son solo dos lados de un mismo viaje;
el tren que llega es el mismo tren de la ida.
La hora del encuentro es también despedida,
la plataforma de esta estación es la vida de este mi lugar;
es la vida de este mi lugar, es la vida...
 
Hoy me topé con esta canción, que no conocía, en el muro de Marcela, a la que agradezco la inspiración. Esta ñata vino post-ergándose, por fiaca, por trabajo, por sentimientos varios encontrados que debían crecer, acompañarse, entenderse y amarse. Y llegamos al día de hoy, donde una canción, la buena música, puso todo de a poquito en su lugar, al menos para transformarse en esto.
 
La ñata nació, dos años atrás como una necesidad de apegarme a lo propio, si es que algo de lo nuestro es propio, más cuando uno emprende el camino en un nuevo escenario. Era un grito desesperado, pequeño, mañero, un poco dañino, aniñado, añorante... lleno de eñes para usarlas de bandera... Y hoy la ñata es algo más.
 
La ñata, como la vida misma, fue evolucionando, como fue evolucionando el peregrinar de mi familia, desde ese principio -que nunca fue principio, sino un capítulo más, pero eso es otra historia- en el que nos embarcamos en la aventura, y en el que las vacas nos decían buen día para poder arrancar el camino a la escuela (ver los primeros post, si esto no hace sentido).
 
Y en el camino de la vida, se cumplieron dos aniversarios importantes. El primero que ocurrió, cronológicamente, fue el de dos años de la partida. Cuando dejamos Buenos Aires, salimos pensando que esos dos años nos llevarían de vuelta a casa, con algo o mucho aprendido, con el deber cumplido, con la experiencia hecha. Y a medida que el tiempo fue pasando, que la cosa fue cambiando, que la vida se fue viviendo, que la familia siguió orando, ya esto de volver no era una certeza. Y de a poco, se fue dando este sentimiento de tener raíces en más de un lugar. Y en mi corazón, en mi fe, empecé a vivir la idea de que siendo que uno tiene sus raíces en un árbol maravilloso cuya raíz se encuentra, oh misterio, en el Cielo, (parafraseando a Santa Teresita, en "El abandono") no es tan extraño, después de todo, que uno encuentre raíces en dos lugares tan distintos como Appleton y Buenos Aires. Y pasando horas, días, meses, descubrimos y apropiamos ese lugar, con su gente distinta pero igual. Y cuando ya estaba acomodando el nidito ahí... un nuevo llamado. "Mirá que yo no me olvidé mis promesas, pasaron dos años... levanten las carpas, a las barcas..." Lo único que tocaba poner de nuestra parte era la confianza y el abandono. Y yo puse todo lo que pude confiar y abandonar. Y el Padre, generoso, premió nuestra mínima nadita, al ciento por uno. Nos dio más de lo que hubiésemos podido pedir.
Nos mudamos, a otra pequeña ciudad en Wisconsin, Kenosha. Una belleza. Un nuevo trabajo para el compañero de camino. Y en menos de dos meses, los chicos adaptados, adaptadísimos a su nueva escuela. Y toda la familia, en familia en la nueva parroquia, donde desde el primer día nos recibieron. Primero, un Santísimo silencioso con calor de hogar. Después, las sonrisas y las palabras "son parte de esta comunidad, no sigan buscando". Muchos guiños desde el cielo para cerrar los ojos. Y el deseo cumplido de volver a hacer comunidad con muchos. Tanto así, que llegamos al otro gran aniversario.
 
Cumplimos diez años de casados. Y en esta nueva comunidad, sin poder haberlo imaginado, volver a decir sí, con nuestros hijos atestiguando, con los nuevos amigos acompañando, con la presencia clara en el corazón de los que estuvieron y siguen estando. Con un nuevo sacerdote confirmando que esta familia es familia cuando es en la Iglesia. Un sencillo, humilde, poderoso rito de volver a fundar este matrimonio en quien lo fortalece y le da sentido a lo largo del camino, quien dice Sí por nosotros, cuando nosotros tenemos ganas de tirar el sí por la borda, porque el otro no me entiende, no me ve, se me aleja. La vida cambió en estos diez años. Nosotros cambiamos, nos convertimos en esos dos nuevos "yo" que se llaman papá y mamá. Dejamos muchas cosas que creímos nuestras. Y nos dimos cuenta de que muchas eran equipaje. Otras las vamos dejando de a poco. Y redescubrimos las que nos convierten en esto que somos. Y agradecemos, mucho, las tantas gracias que recibimos día a día.
 
La ñata cambió. Ya no es una canción de protesta. La ñata es un invierno nevado, y eso está bueno. La ñata es un poquito más de acá y menos de allá. La ñata se añeja y aprende, que por eso sigue siendo chica. La ñata está feliz. Con lo que tiene, con lo que ha dejado. Y va perdiendo la necesidad de ser un lugar de descarga. Tal vez signifique que este blog cumplió su cometido y está bueno, muy bueno, dejarlo partir...
 
Como sea, gracias, que nuestra vida sea decir gracias. Gracias por lo que nos esperan en la estación. Gracias, por los que se suben al tren o al avión o al auto, y vienen a esta estación a vivir un poco de esta vida. Gracias por los que nos guían, nos acompañan, nos sostienen, nos levantan. Gracias por la vida, gracias por poder contemplarla.
 
 
 
 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Look for the helpers...

Brillante sobre el mic....

Costumbres argentinas...